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Vicisitudes del entomólogo que nunca fui.

1

Arrancaba las alas de las moscas que caían en la trampa entre la cortina y el vidrio. Las metía dentro de un tarro metálico de Galletas Saltinas y luego las olvidaba como se olvidan tantas cosas a los seis años.

2

Una noche contemplé, embebido en el asombro, la destreza con la que mi tío atrapaba sigiloso a los zancudos vivos en su mano y luego los dejaba libres en la habitación de mi tía para que la picaran. Cuando lo intenté, un reflejo nato que me venia de dentro hacía que en lugar de atraparlos los aplastara.

3

Siempre que veo un ciempiés o una tijereta me pregunto si será cierta la leyenda de que, en las noches de sopor, se meten por el orificio de la oreja y se mueren dentro, dejando sordo al durmiente. Mientras pienso en esto mis dedos rascan el espacio entre el lóbulo y el trago y me invade una sensación de malestar. Mil agujas caminan dentro del oído, mil agujas caminan dentro del oído, mil agujas caminan dentro del oído.

4

De súbito y en medio de una solitaria carretera mi abuelo gritó para que detuvieran el automóvil. Lo vimos bajarse y, muy seguro de sí mismo, coger una rama, caminar unos metros atrás y regresar con una araña negra y del tamaño de su mano, dentro de una bolsa transparente con el logo impreso de “Comfamiliar”. Un instante después y ante nuestras atónitas miradas, abandonó su trofeo, supongo que como se abandonan tantas cosas a los setenta años.

5

Desde el día que conocí esa palabreja, presuntuoso y envanecido, arrugaba el entrecejo y decía señalando con el dedo a cualquier cucarrón: es un coleóptero.

6

Más que una metáfora del trabajo, siempre que miro a las hormigas me parecen una metáfora del delirio.

7

El día que levantamos dos bloques de ladrillo sobre la tierra del solar, con mis primos, descubrimos exultantes: una familia de cochinitas blancas y babosas de color salmón, un gusano lerdo y grisáceo y algunas pequeñas arañas rojas que caminaban alegres. Felices comprendimos que el inframundo no era tan terrible como lo describía Cecilia, la profe de religión.

8

Con la misma paciencia y comprensión que alguna vez me explicó álgebra, mi tía me dijo muy seria y con una voz grave ante la gran polilla que se había posado en lo alto del techo: si son cafés o marrones como esa, no te preocupes, son visitas; si son negras debes espantarlas, son muerte.

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